Hay dos manos en mi cabeza que recuerdan a las de las parcas.
Son dos manos azuladas, momias, vistas en blanco y negro, heladas.
Portan dos gruesas agujas de madera con las que tejen y destejen a su antojo, enmarañando mis sesos, matando neuronas, estrangulándolas a punto ligero.
Su acción a veces es lenta, sigilosa y a veces rápida, frenética, desatando con el tañir del roce una sensación de ansiedad, de ahogo, de vértigo, de recuerdos ocultos bajo capas de materia gris que arañan poco a poco para dejarlos salir.
Cuando las manos dormitan, mi cabeza es un entramado eléctrico neuronal que nada envidia a los demás, un tránsito contínuo de información llevada de forma coordinada a mi nous.
Mis ojos miran hacia a fuera.
Pero el largo tiempo de hibernación se rompe de cuando en cuando y aparecen las dos manos en medio del sueño con sus agujas; mi cerebro, un triste ovillo.
El hilo no se corta nunca, yo las amenazo con hacerlo cuando me embarga el miedo, ellas ni se inmutan, no cesan, prosiguen su embrollo.
Mis ojos miran hacia a dentro.
A veces simplemente, me siento a mirarlas con resignación, de vez en cuando les pego un grito blasfemo.
A veces me vuelvo loca tratando de pararlas con mis propias manos, arriesgándome a resultar herida, pero las agujas y las manos traspasan mi alter ego.
¿Soy un espectro o es todo una macabra ilusión?
Me despierto con la sensación de cansancio infatigable en el pecho, el sudor recorriendo mi almohada o me despierto con la confusión de no saber si ya lo estaba.
Ahora, no me importa, pero se que hay dos manos en mi cabeza que tejen y destejen en mi mente porque su lucha contra los tentáculos de mi ingenio es una constante sentida en la fricción de las agujas.
Un escrito muy estresante, pero me encanta!!!
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