Una historia.
Una historia que empieza con un dragón que por las noches se convertía en humano.
Un humano que por el día se dedicaba a servir al rey del castillo.
Un rey con una bella hija, un castillo en medio de una alta colina.
La hija miraba los verdes prados de la alta colina, faldas donde nacía un pueblo, nuevo pueblo que servía a viejo rey, corachas de siglos levantadas para proteger, proteger los campos y los vecinos de las malas intenciones de dragones y temibles batallones.
Un cuento en el que un chico sirve limpiando la cocina del rey, chico que canta cual ruiseñor, canto que embelesa a la bella princesa.
El muchacho que la encuentra, escondida en la alacena, se sorprende al ver su rostro vestido de amapola.
La amapola se confiesa, espía prendada de su música, mientras el pobre limpiador se contrae de alegría y dolor.
El dolor le llena de ira, corre a esconderse al alba, alba que quema su piel, piel que ahora son escamas, garras, colmillos feroces y aliento mortal.
La princesa desolada, llora sin cesar, llanto que recogen las hadas para darle de beber al dragón avergonzado.
Se niega a beber el néctar que derrama la princesa, la bestia piensa que es fea, fea para tomar el fruto de la belleza, belleza que adora su canto, canto que no volverá a trinar. Digo trinar porque llora el dragón, que al llorar es pájaro cantor, que al tomar las lágrimas de la princesa, se transforma en muchacho en pleno día y sin nublar.
Ya se atisban dos rayos de sol en la colina, uno que escapa desde el castillo, otro que corre hacia él, luego tan sólo dos jóvenes que se abrazan a sus pies.
Simplemente genial.
ResponderEliminares wuno de tus mejores textos.
Sigue creciendo niña.