Diré que me provoca mirarla fijamente.
Como si estuviera cubierta de chocolate, de ese oscuro, prohibido, amargo, noventa y cuatro por ciento.
Me llama en cada silencio y me grita en cada palabra.
Me va a volver loca esa boca tuya que guarda en tu lengua la carne que baña mis sentidos.
Quiero acercarme sin que me veas llegar y darte una breve sorpresa, quiero lamer la línea de tus labios para abrirme camino, pero poco a poco, despacio, mirada a mirada. Te busco.
Relamer las cosas que dices y libar las que callas, regalarte aliento en un suspiro compartido, dudar en las puertas del vocablo, jugar con la mentira de darte y tomarte.
Voy a morderte muy dulcemente, el labio inferior, ese con el que rozas mi cuello desde atrás, mientras cocino, mientras me ducho, mientras duermo.
Puedo sentir cómo tu piel se eriza, se endurece entre mis dientes.
Puedo sentir un susurro apagado.
Nuestras labias, lenguas y dentaduras se inician en un bolero enredado, que cambia el ritmo de nuestras ganas y sube, aumenta, se tensa, ahora los mordiscos fuertes, hirientes, luego los besos y las lenguas y las manos y los ojos perdidos, los tuyos en los míos, los míos contigo, el abrazo, el baño, la cocina, este instante.
Voy a morderte la boca hasta deshacértela en besos que nadie más podrá robarte.
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