lunes, 29 de marzo de 2010

En altitud

Vistas desde lo alto de un rascacielos, las luces son estrellas fijas en un mar de brumas sin forma ni vida, percibes el olor impuro de los malos humos concentrados en unos kilómetros, percibes la sucia noche y el silencio roto por un frenazo.
Hay intermitencias amarillas, rojas, neón, bajo el fondo; hay contínuos ruidos sordos a los que ya no teme el sueño; hay voces repentinas a gritos y carcajadas y unos pasos que no se si se acercan o si se alejan.
Desde esta altura y en la espesura de la noche, no puedo apreciar tu casa, la luz de tu ventana y me dedico a imaginarte con los libros sobre la mesa, con los párpados rosáceos, mirando hacia a bajo, los labios en mímica... Ojalá los vientos soplaran, barriesen la niebla gris y despejaran el camino hasta tu morada.
Los semáforos parecen cansados de cambios, de un duro día de trabajo, funcionando sin parar para dejar fluir y cortar el tráfico, glóbulos tóxicos de las arterias del precioso y viejo corazón de la ciudad, glóbulos que se expanden a toda velocidad hasta salir al mar. Aún en el mar hay barcos cargados de dióxidos y carbonos. Incluso en el aire.
Estoy en lo más alto y no atisbo a ver el agujero de la capa de ozono, ni las estrellas que algunos dicen que habitan el cielo, sólo un esbozo de claro de luna, quizás sea un foco de una de esas discotecas modernas.
Y sin embargo estoy en paz, con la mirada borrosa, pero en paz.
Me siento como un alma perdida pero sin miedo, sin temores infundados por no saber qué será de mi, sin heridas ni abrazos que me acunen esta noche de civilizada calma.
Añoro el silencio de los campos, las luces que son verdaderas estrellas, constelaciones enteras dibujadas por la imaginación de los pasados, añoro los chopos blancos en la noche de luna, luna que incluso nueva se observa y coquetea con su mantón oscuro, el viento melancólico por las calles vacías de frío y vejez, el maullar de los gatos, el cantar de ranas y grillos, el aullido de un perro solitario y hambriento, sonidos que se escuchan alguna noche; alguna vez.
Pero aquí me tienes, admirando purpurina en la noche de ciudad.

domingo, 21 de marzo de 2010

Seso tejido

Hay dos manos en mi cabeza que recuerdan a las de las parcas.
Son dos manos azuladas, momias, vistas en blanco y negro, heladas.
Portan dos gruesas agujas de madera con las que tejen y destejen a su antojo, enmarañando mis sesos, matando neuronas, estrangulándolas a punto ligero.
Su acción a veces es lenta, sigilosa y a veces rápida, frenética, desatando con el tañir del roce una sensación de ansiedad, de ahogo, de vértigo, de recuerdos ocultos bajo capas de materia gris que arañan poco a poco para dejarlos salir.
Cuando las manos dormitan, mi cabeza es un entramado eléctrico neuronal que nada envidia a los demás, un tránsito contínuo de información llevada de forma coordinada a mi nous.
Mis ojos miran hacia a fuera.
Pero el largo tiempo de hibernación se rompe de cuando en cuando y aparecen las dos manos en medio del sueño con sus agujas; mi cerebro, un triste ovillo.
El hilo no se corta nunca, yo las amenazo con hacerlo cuando me embarga el miedo, ellas ni se inmutan, no cesan, prosiguen su embrollo.
Mis ojos miran hacia a dentro.
A veces simplemente, me siento a mirarlas con resignación, de vez en cuando les pego un grito blasfemo.
A veces me vuelvo loca tratando de pararlas con mis propias manos, arriesgándome a resultar herida, pero las agujas y las manos traspasan mi alter ego.
¿Soy un espectro o es todo una macabra ilusión?
Me despierto con la sensación de cansancio infatigable en el pecho, el sudor recorriendo mi almohada o me despierto con la confusión de no saber si ya lo estaba.
Ahora, no me importa, pero se que hay dos manos en mi cabeza que tejen y destejen en mi mente porque su lucha contra los tentáculos de mi ingenio es una constante sentida en la fricción de las agujas.

sábado, 13 de marzo de 2010

Me debes un café

No sabía que podía echarte tanto de menos y menos sabía cuánto miedo podía llegar a tener por ti. Creo que encima va en aumento.
Me encantaría ser capaz de alejar los temores y escribirte cosas bonitas, ingeniosas palabras que te narren... Pero no puedo.
Esta tarde he llorado sin descanso cuando he querido llamarte a la hora del café, las cuatro menos diez, perdida y bajo a Casa Paco. (Fíjate, un pareado)
Estás ausente y me perturba tu silencio, no me gusta nada.
Se que vas a volver pronto, que puedo confiar en ti, delgaducha pero fuerte.
Morena.
Gotita.
He prometido para tu regreso que no volveré a quejarme de tus rollos veraniegos narrados hasta la infinidad, ni de fregar las babas que dejas cuando ves al hombre lobo, al vampiro, al camarero, al socorrista, al profesor de natación...
Lo que daría por escuchar tu escandalosa risa mientras pones esa cara de sorpresa con reflejo de niña, ese "veges" soltado con gracia y salero, palmada en la cadera incluida, cantar "la cosa más dulce", hacer el indio con una Heineken bien fría tras el Tai Chi y celebrarlo con Chumi al son de nuestro grito de guerra: Hey, chumino revenio, gotitas de cerveza... Qué tontos, locos, divertidos bailando en medio del bar.
Pero todo esto me lo reservo para cuando te decidas a volver.
Se que estas últimas dos semanas nos hemos visto menos, pero no faltaba los viernes, algún sábado, a la cita del café para verte un rato.
Eres la amiga divertida, la de las excusas que tanto nos gustan, la que empieza a tener las cosas claras, la que enseña a los niños de guardería con cariño y dedicación, ir al trabajo por encima de todo(a pesar tuyo), la que ve los días con gafas de cristales rosas, la que no quiere trstezas ni seriedades porque sólo quiere una cosa de esta vida, disfrutarla.
Nos queda una noche en el Perelló, otras tantas de Carmen, aquellas clases de baile, ver todas las películas por estrenar, ir el 13 de Junio a la playa del Saler a celebrar el aniversario del noviazgo de My Generation, nos quedan tardes enteras de café, de compras, de cantar canciones chorra, de vídeos cumpleañeros en el CJ(el próximo el tuyo), nos quedan las noches de dar vueltas porque "no tengo sueño", nos queda el concurso de paellas y nos quedan tantas experiencias por compartir, cosas que no quiero contarte porque la única forma de verlas, es hacerlas.
Así que, te espero en el bar a la hora de siempre.

Para Amparo

lunes, 8 de marzo de 2010

Y tú, ¿qué pez eres?

Un pez nada tranquilamente en su pecera de cristal redondo.
Es un bonito pez de colores, nada reposadamente, en un círculo permanente que a veces cambia de dirección. Diríamos que su breve memoria no le impide disfrutar de su acotada vida, que su estrés dura un instante cuando alguien se aproxima demasiado al cristal, vivir cada momento por primera vez eternamente, creemos que bien alimentado, limpio y cuidado, realmente vive en su burbuja.
También esta la versión trágica del pez que no vive la vida porque pasa ante sus ojos cada tres segundos y olvida todo lo bueno que pudiera sentir al lanzarse de nuevo al agua recién cambiada, cuando cae la comida del tarro amarillo que aparece de buenas a primeras, sin que pueda reconocerlo en su lugar.
Un bonito pez de colores que da vueltas porque no sabe que la pecera es finita, que ya pasó por allí.
Hay peces que no están solos, que conviven entre iguales sin tener más interacción que la de juntarse todos a una ante la lluvia de alimento, quizá la de aparearse, a veces hasta comerse... Peces que conviven en armonía natural o peces que se ignoran, peces que se acompañan y peces que desaparecen sin que otros les añoren.
Hay peces que se pegan al cristal, tal vez para limpiarlo y nutrirse, tal vez para poder imaginarse fuera de su pecera.
Pequeñas y relativas mascotas que acompañan a la vista, al hogar, como vínculo de serenidad o ventana al río, al mar.
Animalitos con los que no jugamos ni paseamos, olvidados a la suerte de un filtro que no se atore, cogidos en red una vez cada dos semanas.
Acompañantes silenciosos del pensador que los observa y se imagina cómo sería ser pez.

domingo, 7 de marzo de 2010

Cuento enredado

Una historia.
Una historia que empieza con un dragón que por las noches se convertía en humano.
Un humano que por el día se dedicaba a servir al rey del castillo.
Un rey con una bella hija, un castillo en medio de una alta colina.
La hija miraba los verdes prados de la alta colina, faldas donde nacía un pueblo, nuevo pueblo que servía a viejo rey, corachas de siglos levantadas para proteger, proteger los campos y los vecinos de las malas intenciones de dragones y temibles batallones.
Un cuento en el que un chico sirve limpiando la cocina del rey, chico que canta cual ruiseñor, canto que embelesa a la bella princesa.
El muchacho que la encuentra, escondida en la alacena, se sorprende al ver su rostro vestido de amapola.
La amapola se confiesa, espía prendada de su música, mientras el pobre limpiador se contrae de alegría y dolor.
El dolor le llena de ira, corre a esconderse al alba, alba que quema su piel, piel que ahora son escamas, garras, colmillos feroces y aliento mortal.
La princesa desolada, llora sin cesar, llanto que recogen las hadas para darle de beber al dragón avergonzado.
Se niega a beber el néctar que derrama la princesa, la bestia piensa que es fea, fea para tomar el fruto de la belleza, belleza que adora su canto, canto que no volverá a trinar. Digo trinar porque llora el dragón, que al llorar es pájaro cantor, que al tomar las lágrimas de la princesa, se transforma en muchacho en pleno día y sin nublar.
Ya se atisban dos rayos de sol en la colina, uno que escapa desde el castillo, otro que corre hacia él, luego tan sólo dos jóvenes que se abrazan a sus pies.

Besarte, morderte, robarte

Diré que me provoca mirarla fijamente.
Como si estuviera cubierta de chocolate, de ese oscuro, prohibido, amargo, noventa y cuatro por ciento.
Me llama en cada silencio y me grita en cada palabra.
Me va a volver loca esa boca tuya que guarda en tu lengua la carne que baña mis sentidos.
Quiero acercarme sin que me veas llegar y darte una breve sorpresa, quiero lamer la línea de tus labios para abrirme camino, pero poco a poco, despacio, mirada a mirada. Te busco.
Relamer las cosas que dices y libar las que callas, regalarte aliento en un suspiro compartido, dudar en las puertas del vocablo, jugar con la mentira de darte y tomarte.
Voy a morderte muy dulcemente, el labio inferior, ese con el que rozas mi cuello desde atrás, mientras cocino, mientras me ducho, mientras duermo.
Puedo sentir cómo tu piel se eriza, se endurece entre mis dientes.
Puedo sentir un susurro apagado.
Nuestras labias, lenguas y dentaduras se inician en un bolero enredado, que cambia el ritmo de nuestras ganas y sube, aumenta, se tensa, ahora los mordiscos fuertes, hirientes, luego los besos y las lenguas y las manos y los ojos perdidos, los tuyos en los míos, los míos contigo, el abrazo, el baño, la cocina, este instante.
Voy a morderte la boca hasta deshacértela en besos que nadie más podrá robarte.

lunes, 1 de marzo de 2010

Tango

Quisiera aprender a bailar tango.
Quisiera que mis zapatos resonaran en la tarima de una sala de baile, que me agarres fuerte por la cintura, que un menchón caiga por el óvalo de mi cara y que una rosa roja tiñera mis labios.
Sentir tu pecho palpitante al ritmo del acento argentino de Andrés Calamaro bebiendo de su copa rota, desangrándose la boca, aturdido, abrumado, por el veneno de las notas de este baile que perturba al alma.
Cómo me gustaría pasear mis piernas entre las tuyas sin pegar una patada, que huelas mi colonia por mi cuello y mis senos sin tirarme al suelo, retarte con una mirada fija sin que nos de la risa.
Quisiera aprender a bailar tango para sentirme una femenina figura entre tus manos, moldeando mis caderas, manejando mi carácter, domando mis instintos liberados contigo, en este mismo salón de luces bajas y faldas cortas, aquí donde hombre y mujer hacen el amor a la vista de todos, a la vista de nadie.
Tango, tacón, pasión, canción, poeta, corazón, dolor, amor, ausencia, vino y estrellas.
Tango, lírica del desquebrajado, del gozo en el pozo, romántica tonada de tristes versos.
Tango, Argentina, vos y "sho", la luna enamorada, la distancia del camino al exilio, adios de los besos, llegada de la noche en la cama ardiente de los labios, la boca y los cuerpos.
Tango, bolero a golpes de piano, violín, guitarra, garganta desgarrada, voces en mar ahogadas.
Qué divino, tango.