miércoles, 17 de febrero de 2010

3 tardes

Juraría que estabas hablando conmigo,
diría que hace un instante oí tu voz,
debió ser el viento silbando las notas,
de aquella canción que susurraste a mi oído.
Me sigo sintiendo perseguida esta tarde,
voy dando pasitos cortos y vigilando,
mirando el reflejo de todos los escaparates,
esperando ver la acechante presencia.
Uno tras otro me voy desengañando,
ya no hay nadie tras mis zapatos,
se acabaron los guardianes de la noche,
se acabó el apoyo de tus manos.
Tengo ganas de llorar y gritar tu nombre,
tengo ganas de pegarte fuerte, me duele,
tengo ganas de besarte en la boca, me quema,
tengo ganas de herirte profundo, me escuece.
Me escuece la sal de los recuerdos,
me pica el corazón y el alma rotos,
por qué no seré lápiz en papel
para borrar tu maldito cuerpo.
Supongo que fue demasiado complicado
para obligar a la mente a deshacerse,
de esos momentos de café con leche,
disfrutando y provocando el pecado.
Recuerdo las notas de esa canción rara,
esa que inventaste y que era clave
de todo lo que querías decirme de cerca,
como siempre, evitando el cara a cara.
Niño vergonzoso, tramposo y travieso,
quié te mandaría jugar a inventarnos,
quién te daría secretos para camelarme
y ahora machacarme y desangrar mis sesos.
Nunca debiste mirarme, conocerme,
no debiste preguntar mi nombre,
ni besarme, ni quererme, ni odiarme,
nunca debiste venir aquella tarde.
Qué clase de omniscencia te dejaría ir
más lejos de lo que nunca estarás de mi,
coger la moto bajo la lluvia helada
y robarte el aliento en una sala blanca.
Qué clase de omniscencia me mataría
y me dejaría seguir estando con vida.
Mientras siento que la fina cuchilla,
atraviesa las venas, pienso en tu sonrisa.

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