Los días son para vivir, las noches para dormir y mis madrugadas para escribir.
Nunca tengo noche suficiente para salir, reflexionar a golpe de boli, bailar en vertical y horizontal... Tanto por hacer...
Pero el cansancio va minando mis neuronas. Volveré a llegar tarde a trabajar.
Envidio a los que me rodean, capaces de cerrar los ojos y soñar sin importar lo que marque el minutero.
Esa habilidad para ignorar el mundo, hacer oídos sordos a sus pensamientos.
Más que palabras, para ellos son nanas mudas que no decoloran sus quimeras.
Para mi son diablillos que hacen travesuras en el subconsciente destiñendo a blanco y negro las irrealidades que deseo inventar.
Envidio su calmada respiración cuando la mía se entrecorta en este baile maldito a toda marcha, su quietud en la postura relajada mientras mi cama y mi cuerpo pelean en el ring nocturno.
El placer del buen dormir humedece sus almohadas de la saliva emanada. Mi pobre almohada sólo bebe del sudor de la intranquilidad.
Coitus interruptus.
Cuando a merced del agotamiento empiezan a pesar por fin los párpados, la pesadilla se desata y no hay voz que salga de mi garganta ni persona a la que me pueda agarrar y evitar el desplome. Despierta otra vez.
Envidio su descanso y siento pena al mismo tiempo porque bajo toda esa tormenta, la insomne escritora renace y aunque no sueñe escribo mis sueños, de modo que al alba, nunca me olvido de ellos y al leerlos, sea la hora que sea que marque el minutero, vuelvo a soñar.
lunes, 18 de septiembre de 2017
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