martes, 7 de noviembre de 2017

En paralelo



La cubierta de un oxidado barco a la deriva en un pantano.
Regresar a ese momento una y mil veces, semana tras semana. Mismo lugar, tiempo distinto y nuestros latidos en desacompasado eco. Y sin embargo se escuchan. Y sin embargo...
En una especie de sueño agridulce creí que me entregaba a ti y tú a mi y el mundo era líquido. Se nos escapaba entre las horas y el placer. Se que tú también lo creíste.
Fuimos de alguna forma uno y cedimos al dolor. Un dolor al que no queríamos renunciar en aquel agujero del espacio tiempo.
El universo es extraño y misterioso. Todo quedó en un momento.
¿Me buscarás? ¿Me recordarás? No se por qué yo aún lo intentaba.
Hacía semanas que acallaste el motor. Quizás porque susurré una canción la noche que la fiebre no te dejó dormir. Quizás porque ya no querías rumbo que seguir.
Día tras día el silencio cosido en nuestros labios, tu soledad trenzada a la mía, aún si sólo yo te miro y sólo tú me ignoras. Aún sin rozarnos, sin vernos, aún viviendo en paralelo, sentirnos de alguna forma nos hacía olvidar que estábamos solos.
Me aferraba a la barandilla de blanco pelado mientras oteaba con miedo el fondo.
Tus manos en paralelo a las mías, un abrazo en el que nunca nos tocamos, en el que mi espalda presentía tu pecho.
Sólo yo te miraba, sólo tú me ignorabas.
El barco golpeó una roca y la barandilla cedió.
Caí a las oscuras aguas.
Quise nadar, pero sencillamente no pude.
No me quedaban fuerzas para tratar de salir a la superficie, para buscarte.
Mis manos rozaron la luz, mis ojos se inundaron y en mi último aliento grité tu nombre.
Entonces, miraste por encima de tu hombro. Te diste la vuelta.
Ahí estaba la barandilla, pero sin saber exactamente qué, echabas algo en falta y te dirigiste a ella.
Clavaste tus pupilas en el agua. Nada. Sólo aguas verdes teñidas de algas sombrías.
Mientras, mis brazos apuntaban al cielo.
Mientras, mi corazón dejaba de latir.
Mientras, me olvidabas.


La cubierta de un oxidado barco a la deriva en un pantano.
Sentir aún tu aliento en mi cuello. Súcubo que vela mis noches malditas.
Oí tu voz en mi locura. Juraría que devoré tu cuerpo.
El motor no me dejaba pensar. Interrumpía el silencio en el que te presientía.
Solo pero nunca solo. Un fantasma que no quería que dejara de visitarme. Aún sí sólo yo te deseo y sólo tú me esquivas.
No se por qué no dejaba de intuir el blanco gasa de tu vestido enredado en la vieja barandilla.
Me acercaba a intentar adivinar tus manos aferradas al frío metal. Quería ser el calor que te derritiera el alma. Oler tu pelo en la brisa. Envolverte y protegerte del atardecer.
Aún si sólo yo te deseo y sólo tú me esquivas.
Vine para hallar un rumbo perdido. Acabaste siendo tú.
Con un golpe seco salí del limbo. A veces, creía que me llamabas. Aturdido miraba a aquel punto fijo.
Aguas rancias dibujando sombras.
Decidí saltar a buscarte.
Cerré los ojos y no te vi. Tú tampoco me viste.
Y sin embargo te adivinaba.
Mientras, mis pulmones se llenaban intentando recordar tu nombre.
Mientras, mis ojos te dibujaban.
Mientras, te buscaba.

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