jueves, 7 de octubre de 2010

Living on the edge

He visto una luz en el cielo de medio día como nunca la hubiese imaginado, un rastro como el de un cometa a pleno Sol abriendo una brecha en azul del techo.
Una línea dibujada en desigualdades, con el resplandor de la Luna en las olas y el fuego en los bordes del mismísimo Averno.
Me he decidido a seguirle el rastro.
Empecé a caminar con paso ligero hacia las tierras del silencio absoluto y eterno, recorrí las vías del tren de cercanías, bajé el ritmo al llegar al río seco.
Poco a poco fui perdiendo fuerza en el ritmo de mis andares pero seguía convencida, tenía que averiguar el origen o el final del nuevo camino.
Sentí que las piernas me fallaban entre montañas extraurbanas,  justo en el momento en el que la ciudad se queda lejos, en la espalda, y los pinos mediterráneos hacen su aparición en pocos metros.
La estela se va apagando, necesito ir más rápido y no se de dónde salen las fuerzas para aguantar un rato más en marcha ligera.
Al final, bajo el cielo ennegrecido, difuminado de naranjas, azules y rosas, llego a un punto al que nadie ha tenido acceso jamás, el Horizonte.
Allí donde se pierden los caminos, las vistas y las luces, fui a encontrarme con mi destino, un cráter tan profundo como la Tierra que acuna en su fondo una bola de fuego...Quizás un hijo perdido del cielo.
decido arriesgarme a asomarme, no puedo ver, me quema.
Sin embargo, en aquel lugar inalcanzable, donde se besan Cielo, Tierra, Sol y Luna, con el miedo y la alegría de haber conseguido mi objetivo, me siento en paz sin pensar en nada.
Tan sólo viviendo el momento al filo de la brecha.

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