miércoles, 12 de marzo de 2014

Una mañana de mascletá

Cenizas vuelan en el cielo azul de Marzo, las calles se impregnan del constante olor de la pólvora y los suelos de Valencia rugen y vibran al son de un tambor que no suena sino truena.

La gente se agolpa en la plaza, primero esperan apostados cual guardián de palacio reservando su sitio, ocultan sus pies bajo cáscaras y latas, los ojos a buen recaudo bajo cristales oscuros, brazos al aire y chaquetas-cinturón.

Luego, conforme pasa la media la manilla del reloj, se impacienta y silban, cantan himnos todos a coro.

Todos se sobresaltan con el ansiado primer aviso, seguido de más silbidos y cánticos, el ambiente se caldea a cada momento.

PUM! Segundo aviso, los minutos previos a unos se les hacen eternos mientras que para otros parecen volar.

Entonces, un magnífico y único espectáculo nos pone en pie, las miradas se clavan en las columnas de humo y color que marcan el cielo trueno tras trueno, bomba a bomba.
Los pájaros huyen alborotados y sólo se oye la música del pirotécnico, su obra maestra por fin es escuchada.

Son cinco minutos de pura atención.
Conforme se acerca el apoteósico final, la plaza vibra y la gente salta emocionada disfrutando de cada nota, las sonrisas y la emoción se dibujan en las caras expectantes de quien no quiere sentir que es el final y de quien espera el gran estruendo que marcará el último redoble.

Al acabar,  por un segundo se puede escuchar como el público toma aire y rompe en gritos y aplausos alabando la maestría del artista.

Unos se agolpan intentando acercarse al balcón y los pirotécnico. Los demás buscan la salida más rápida. Empujones, tirones, pisotones y embotellamientos, pero en la fiesta nadie se enfada cuando lo único que se quiere es ser el primero en alcanzar la meta.

Quizás alguien lance una crítica o incluso recrimine el comportamiento animal de la estampida pero en el fondo todos sabemos a lo que vamos, así que poco podemos reprochar de las actitudes ajenas cuando en el fondo se nos pasa por la cabeza hacer lo mismo o seguir el camino que ellos han despejado.

Las falleras y falleros se emocionan, lloran de alegría y disfrutan con la ilusión de un niño de estos pocos días de fiesta que marcan el carácter valenciano, nutriendo las venas de los espectadores de pólvora y mistela.

Mañanas para las que en unos días, tendremos que esperar un año pero mientras tanto, disfrutemos del legado más intenso de Valencia.


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