Querida Consuelo:
Aún recuerdo tu llamada "no, si sólo te llamaba porque te habrás dado cuenta que he estado unos meses desaparecida y es que estoy muy liada con un tema personal y no he podido llamarte. Tengo un cáncer y mañana voy a que me hagan unas pruebas a ver cómo está el tema, pero no te llamo para despedirme ni nada de eso eh? Es para que supieras cómo está el tema y que de aquí un mes cuando salga de todo esto y me recupere tomaremos un café porque quiero reunir a un grupo de personas muy concreto y me gustaría volver a veros. Oye, que eres una tía superbonita por dentro y por fuera, sigue adelante porque eres fenomenal. Esto yo te lo digo porque quiero, porque lo siento, así que tranquila y en una mes nos vemos."
No se porqué que no me lo tragaba. A mi, desde luego, me sonaba a despedida pero quería confiar en que tú eras de esas personas que lo superaría. Te lo merecías.
"Eres una tía de puta madre, estás hecha una campeona"
Aquella noche no pude evitar recordar lo que siempre me decías para apoyarme.
Tú y yo no nos conocíamos mucho pero compartíamos una pasión, nuestra profesión, nuestra vocación y la gente para la que trabajábamos, los chavales con problemas, esos a los que nadie quería mirar de cerca, a los que nadie tomaba en serio y a los que nadie entiende, a veces ni quieren ellos mismos entenderse para no sufrir la conciencia de sus acciones.
Yo te admiraba, eras un icono para mi, mi modelo a seguir, una mujer que había dado todo de sí misma para renacer de las cenizas que todos vieron una vez en ti, tú que igual que yo pensaste que la experiencia vivida era la clave para ayudar a los demás, que te superabas día a día contra viento y marea defendiendo tus ideales, caiga quien caiga.
Yo te admiro. Mucho.
"¿Yo te caigo bien? Es que cuando nos conocimos me dió la impresión de que estabas a la defensiva"
"A ti te han hecho daño, te han tocado pero bien, ¿verdad?"
Eras la primera psicóloga con la que trataba mi trauma aunque nunca tuvimos tiempo para hablarlo y yo, egoístamente, deseaba tenerte un ratito sólo para mí, porque te necesitaba, porque no era una paciente más, era la persona que habías intuido en mi primera impresión. Nada más.
Me quedan tantas cosas por aprender, quería preguntarte tantas dudas, necesitaba tu impulso para todos esos proyectos que esbozábamos al vuelo entre una conversación y otra, ibas a ser mi madrina, mi guía.
Esa mañana no supe reaccionar. Quizás hace tantos meses que no te veo y en realidad nuestro contacto había sido tan puntual que creo que aún no se reaccionar ante el hecho de no volverte a ver y compartir nuestras ideas y batallas.
Ahora, me he quedado sola. He aumentado mi ego para reforzar mi confianza en el papel que desempeño y sin embargo, me doy cuenta de que tengo las energías mal enfocadas y no se como hacerlo mejor.
Me estoy equivocando en algunas cosas y no se como atajarlas porque de una semana a otra las voy dejando pasar e intento arreglarlas con buen rollo pero se que no funciona porque los nervios se me comen al mínimo error.
Tú me hubieras dicho algo como "hablando se entiende la gente, prueba a sentarte y hablar con esa persona, sin entrar a urgar en la llaga y ábrete a escuchar a la otra persona a ver qué solución le podeis encontrar."
A veces pienso que te hubieras ofrecido a hacerlo en mi lugar para protegerme y a la vez me doy cuenta de que me hubieras soltado la mano con un consejo y una palmada en la espalda para que aprendiera a resolver mi marrón.
No te gustaba llamar la atención pero tu carisma, tu estilo directo, natural, hacía que todas las miradas se centraran en ti y en esa personalidad arrebatadora que nos dejaba sin aliento nada más abrir la boca.
La vida te había dado grandes bofetadas pero tu habías sabido encajarlas como nadie y te reinventaste en una persona excepcional.
Todo el mundo debería conocer tu labor y ese amor que te hacía anteponer tu profesión a ti misma.
Estabas siempre al cien por cien y todo lo bueno que eso sembraba en tus pacientes, se ha convertido en una dependencia insana que les ha truncado los planes, porque nadie los estimará como tú lo hiciste.
Se que allá donde quiera que hayas ido a parar, nos mandarás un empujón de vez en cuando en el viento, un subidón después del café o susurrarás las palabras que nos hacen tanta falta en el eco de un recuerdo.
Eres muy grande.
Hasta que nos volvamos a encontrar,
Tu eterna pupila.
A una amiga, un tía fenomenal. Consuelo Úbeda Debón
miércoles, 12 de junio de 2013
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