martes, 30 de noviembre de 2010

Miedo a la tormenta

La lluvia caía lentamente por el cristal, los relámpagos y los truenos se hacían eco en la noche y un niño asustado buscaba refugio bajo las sábanas.
Cada vez el viento azotaba más fuerte las ventanas y paredes de la casa.
No podía dormir con el miedo anclado entre sus manos y decidió contar el tiempo entre luz y trueno esperando que se alargasen las distancias que anunciaran el fin de la tormenta sobre su tejado.
No podía cerrar más fuertemente los ojos ni tampoco dejar de abrirlos para mirar la oscuridad.
Cansado de contar sin resultado alguno, incluso creyendo que los tiempos se abreviaban, empezó a inventar que tal vez los rayos, truenos y relámpago que hacían crujir el cielo fueran luciérnagas celebrando una marivillosa fiesta.
De vez en cuando, las luciérnagas de los bosques de aquí y allá, se reunían para reencontrarse con sus parientes más lejanos en lo alto de las nubes, como el niño y su familia lo hacían cada Navidad en la casa más grande.
En esa fiesta, las luciérnagas que parecen tan silenciosas, cantaban con gran estruendo y batían sus alas más fuerte que nunca como signo de alegría, hacían bailar a las mismísimas nubes, removiendo con sus festejos el cielo entero.
La lluvia que caía, eran las risas de las nubes; las luciérnagas les hacían cosquillas con sus aleteos y provocaban tales carcajadas, que cambiaban de color y dejaban caer su risa en forma de tormenta.
Pensándolo mejor, la lluvia ya no le parecía tan terrible.
De nuevo inició el cálculo de distancias, parece que la fiesta se apaga, los ojos se van cerrando y las manos flojas sueltan las sábanas.

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