En una tarde más otoñal que primaveral, las calles de la ciudad empezaron a teñirse de pequeñísimos copos blancos que se derretían en el mismo instante en el que tocaban el suelo.
Ella se preguntó entonces, cómo sería ver cada intermitente de la ciudad, intentando sobrevivir tintineante al cúmulo de la nieve, si la visera de los semáforos se congelaría y quedaría adornada con chuzos cristalinos, tal vez los niños salieran a jugar a la calle como si de un pueblo de montaña se tratara y las bufandas de colores ornarían las aceras.
Los mofletes colarados, los labios cortados, los guantes colgando a fin de sentir la vida del agua congelada, las botas de charol, los gorros y las chaquetas correteando de un lado a otro y las sonrisas incrédulas de los adultos. Esos que ya casi nunca sonríen.
Ella imaginaba cómo sería poder apartar por unas horas todos los noticiarios de las cabezas pensantes y fatigadas, la nieve, por unas horas, descolocaría al personal igual que los regalos de navidad emocionan a los más pequeños pensando quién, cómo y cuándo los dejó allí a pesar de haber intentado mantenerse en vela para descubrirlo.
Qué bonito sería si tan sólo por unas horas, la gente pudiera sonreir perdida en la locura blanca.
La verdad es que no hacía más que chispear en redondo, casi parecía que quería darle forma a las ilusiones que ella tenía en su cabeza.
Unos pasos más lejos del portal, levanta la cabeza, mira al cielo ennegrecido y se pregunta si de aquel tizón podría surgir la alegría blanca y qué curioso resultaba pensar que así es en otros lugares.
Continuaba caminando, para y mira al suelo, nada más que el gris de las aceras moteándose en oscuro.
Al final de la calle la gente parece darse prisa en regresar, viene la lluvia fresca alertando de su ferocidad.
Unos metros más, los relámpagos fotografían dos segundos y un trueno resuena con estruendoso eco por toda la vecindad.
Ella prosigue su paseo, como desafiando al tiempo, como haciéndole ver que no teme una sola gota cayendo sobre su pelo.
De pronto un rugido extraño se apodera de los techos, parece que el mundo tiembla, la lluvia cesa y sin pensárselo dos veces, las nubes negras lloran sueños blancos.
Los gorros, las bufandas y las chaquetas de colores, empiezan a inundar el parque, la expectación es un sentimiento colectivo que pesa en el ambiente, las caras se iluminan, no sólo de frío rojo, si no de cálidas sonrisas, de ojos muy abiertos, sorprendidos.
Ella mira hacia arriba con una leve sonrisa y de alguna forma, da gracias por unas horas de regalos de navidad.
sábado, 6 de abril de 2013
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Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMuchísimas gracias Óscar, es un placer contar contigo!!
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