domingo, 15 de mayo de 2011

El brote en el árido paisaje

Allá donde se juntan los siete caminos, alguien plantó una semilla y un brote irrumpió en el árido paisaje.
Sobrevivió a la tormenta, al frío y al calor intenso, a la sed, al cansancio.
Aquel brote, vivió durante seis semanas a pleno Sol y sólo las gotas de cinco días de Lluvia bien repartidos, le permitieron abrir su cuerpo y sacar las hojas de su armadura.
El tallo fue creciendo lentamente hacia arriba, con un sin fin de ondas que intentaban desviarle del cielo. Finalmente, arriba.
Tardó cuantro meses en enseñar lo que parecía un comienzo de capullo, de flor, de un fruto.
Las piedras miraban atónitas el lento proceso. Durante semanas su aspecto no parecía cambiar y en pocos días, se despertaban con un principio de vete a saber qué rareza en el extraño emergente.
Llegaron las tormentas, casi excesivas, el tallo se ahogaba y agachaba la cabeza, fofo, cansado, marrón.
Tres semanas de aguas, dos de sequías. Como siempre, a tiempo.
Por fin el bulto se hinchó, se alargó, perdió el verde y se hizo amarillo, naranja, rosa, morado, azul...¡Venas rojas!
De su tallo brotaron patas, decenas de patas con hojas y donde no habían hojas bultos.
Las piedras ya no miraban al extraño, lo tenían encima, repartido por todo el cruce, invadiendo cada margen de camino.
Se abrió la Flor.
Color azul oscuro, venas de rojo vivo. Diríase que llenas de sangre.
La Flor miró al Sol y el Sol se enamoró.
Con aquel amor recién fraguado, los bultos nunca más fueron azules, sino púrpuras, rosas, naranjas y amarillos.
El amor era ardiente, el Sol palpitaba con fuerza, de hecho, era tal el calor, que la Flor no pudo resistirlo y las puntas de sus hojas empezaron a tintarse de marrones lutos, a arrugarse, envejecer, secarse, marchitarse, morir.
La Luna, que sentía celos de las atenciones celestes y terrenales, brilló con toda la fuerza posible de su reflejo y finalmete, hizo sonrojar a la Flor y caer sus ajados pétalos hasta que...hasta que el último cayó.
La cara de la Flor se fijó para siempre en el suelo.
El Sol, al descubrir los restos de la noche anterior, montó en profunda cólera.
Sus rayos rebotaron en todo el Universo y volvieron en forma de fuego, cayendo chispas de su amor frustado sobre las patas y la hojas del brote, los pétalos deshechos y sobre sus propios hijos.
El Viento, horrorizado con aquel panorama, silbó hasta las Nubes del Norte y las arrastró cargadas de dolor para que llorasen en en fogoso paraje.
Unas, ocultaron el desastre al Sol para que dejara de contemplar las consecuencias de su ira, otras, lloraron durantes dos días sobre cenizas y un Tornado se encargó de recoger el recuerdo.
Cuando las Nubes se marcharon, la Luna asomó media cara en el cielo y observando el resultado de sus celos, prometió cuidar de todo aquello que del tallo sobreviviera.
Los bultos supervivientes nunca más fueron rosas ni naranjas ni amarillos, ahora era blancos, lilas, azulados.
La Luna mandó estrellas al suelo para recomponer el alimento, cantó nanas perdidas, acarició timidamente cada brote del tallo y contempló campanillas abriéndose en la noche.
El Sol, a su salida, sonrió feliz.
Campanillas silenciosas hacen cantar a la Luna, nanas perdidas.
Campanillas silenciosas hacen reír al Sol a carcajadas.
Campanillas silenciosas tocan la salida en el cruce de siete caminos.

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