Había una vez, un elefante con la trompa larga, larga, larga, larguísima.
Siempre iba arrastrando la nariz y estornudando debido a la polvisca que levantaba en su arrastre por el suelo.
Cuando estornudaba, su trompa, se retraía hasta la frente y al soltar el aire, sacudía al elefente con tal fuerza que siempre acababa seis metros detrás de la manada.
Así nunca llegaba a tiempo para los cumpleaños, ni las fiestas en la charca, ni a la hora de la cena.
El resto de elefantes trataron de ayudarle en varias ocasiones atándole la trompa a la frente con lianas, enrollándola en su cabeza, haciéndole varios nudos(lo cual casi le deja sin vida al no poder respirar), incluso llegaron a proponerle la cirugía drástica y cortársela con la sierra dental del cocodrilo de la Charca de los flamencos amarillos...
No había cura para el pobre elefante, de hecho, hartos de aguantar su lenta marcha, acababan por proseguir el camino sin esperar verlo al final de la cola.
Llegó el día en el que por fin la manada desapareció en el horizonte ante sus ojos.
Con tan aparatosa trompa no podía alcanzarlos y eso que los elefantes, aunque caminan con paso gigante, avanzan con ténue ritmo.
Muy triste, el elefante decidió meterse en la selva esperando encontrar un animal más grande y fiero que él para que pusiera fin a su dolor.
Caminó durante días sin rumbo, se enganchó la trompa con diversos obstáculos, derribó cincuenta árboles centenarios y desenraizó una planta carnívora inmensa de un estornudo.
Al cabo de una semana, se encontrón con la Sabana arbolada del Milenario Baobab.
No muy lejos de su posición, escuchó las risas picaronas provinentes del Baobab Emboscado, un árbol tan grueso, grande y místico que albergaba una ciudad de monos, plantígrados, leones, hienas y animales perdidos.
Se adentró el elefante algo enojado pensando que se burlaban de su larga, larguísima trompa y se sorprendió antes de dar el primer grito de encontrar el más maravilloso ecosistema nunca visto.
Unos cuantos orangutanes se acercaron al elefante en silencio y lo observaron con detenimiento, el escarmentado mamífero agachó la mirada y las orejas y se dispuso a escuchar el discurso.
-¿Por qué estás tan triste?
El elefante expuso su problema y el orangután le dijo tiernamente:
-Aquí todos tienen un lugar, hace tiempo que necesitamos un guardián fuerte que posea una gran voz capaz de alertarnos en cuanto se acerque el peligro.
Tu vivirás entre nosotros, tu trompa en el día, permanecerá sujeta por un cabestrillo y por las noches, arrastrará por el suelo para que tus estornudos sean la alarma contra los enemigos que acechen.
El elefante dudó unos instantes, pero pronto entendió que debía al menos probar suerte.
Los primeros días, fue algo complicado controlar los estornudos y muchos sobresaltos agitaron la noche pero después de eso, fue tal el ánimo y el afecto de sus copobladores que el elefante cumplió su tarea con gran eficacia y nunca más volvió a sentirse inútil, solo ni triste.
sábado, 18 de septiembre de 2010
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