La voz que no cesa de hablarme
no deja que descanse un momento,
pretende acompañarme esta tarde
volviéndome en desespero.
Hay un eco en esta habitación,
las paredes se mueven hacia dentro,
me orpime el miedo el pecho,
no puedo sostener el aliento.
La manzana caída del cúmulo
se ha podrido entre mis sienes,
me pregunto qué será, será,
dolor agudo en el vientre.
No soy capaz de adivinarme
el objeto de mi derrota,
respiro profundo para calmarme,
el motivo ya no importa.
Poco a poco recupero el control,
no necesito enfrentarme a nada,
son los nervios, la ansiedad,
de quien todo lo examina sin parar.
Se va alejando el mal sabor de boca,
la tarde es una roja y sana manzana,
puedo volver a mi tarea ajetreada,
aunque ya esté muy cansada.
Nos pasamos las horas, nos saltamos las comidas, nos dejamos llevar en el tiempo "dos segundos y acabo", dejando pasar a la vida de largo y rasgando minutos de cada rato de sueño.
Cuando nos sentimos muy saturados nos ponemos nerviosos, el mundo se nos cae encima y la mente es un tornado de sensaciones, emociones, recuerdos y futuros eventos.
Para cuando conseguimos volver a respirar un poco, nos empeñamos en ponernos las zapatillas de nuevo para seguir corriendo.
Lástima que nos cueste tanto disfrutar del fin de semana, del mundo que nos rodea y las manos que nos miman.
lunes, 27 de septiembre de 2010
sábado, 18 de septiembre de 2010
El elefante de la gran trompa
Había una vez, un elefante con la trompa larga, larga, larga, larguísima.
Siempre iba arrastrando la nariz y estornudando debido a la polvisca que levantaba en su arrastre por el suelo.
Cuando estornudaba, su trompa, se retraía hasta la frente y al soltar el aire, sacudía al elefente con tal fuerza que siempre acababa seis metros detrás de la manada.
Así nunca llegaba a tiempo para los cumpleaños, ni las fiestas en la charca, ni a la hora de la cena.
El resto de elefantes trataron de ayudarle en varias ocasiones atándole la trompa a la frente con lianas, enrollándola en su cabeza, haciéndole varios nudos(lo cual casi le deja sin vida al no poder respirar), incluso llegaron a proponerle la cirugía drástica y cortársela con la sierra dental del cocodrilo de la Charca de los flamencos amarillos...
No había cura para el pobre elefante, de hecho, hartos de aguantar su lenta marcha, acababan por proseguir el camino sin esperar verlo al final de la cola.
Llegó el día en el que por fin la manada desapareció en el horizonte ante sus ojos.
Con tan aparatosa trompa no podía alcanzarlos y eso que los elefantes, aunque caminan con paso gigante, avanzan con ténue ritmo.
Muy triste, el elefante decidió meterse en la selva esperando encontrar un animal más grande y fiero que él para que pusiera fin a su dolor.
Caminó durante días sin rumbo, se enganchó la trompa con diversos obstáculos, derribó cincuenta árboles centenarios y desenraizó una planta carnívora inmensa de un estornudo.
Al cabo de una semana, se encontrón con la Sabana arbolada del Milenario Baobab.
No muy lejos de su posición, escuchó las risas picaronas provinentes del Baobab Emboscado, un árbol tan grueso, grande y místico que albergaba una ciudad de monos, plantígrados, leones, hienas y animales perdidos.
Se adentró el elefante algo enojado pensando que se burlaban de su larga, larguísima trompa y se sorprendió antes de dar el primer grito de encontrar el más maravilloso ecosistema nunca visto.
Unos cuantos orangutanes se acercaron al elefante en silencio y lo observaron con detenimiento, el escarmentado mamífero agachó la mirada y las orejas y se dispuso a escuchar el discurso.
-¿Por qué estás tan triste?
El elefante expuso su problema y el orangután le dijo tiernamente:
-Aquí todos tienen un lugar, hace tiempo que necesitamos un guardián fuerte que posea una gran voz capaz de alertarnos en cuanto se acerque el peligro.
Tu vivirás entre nosotros, tu trompa en el día, permanecerá sujeta por un cabestrillo y por las noches, arrastrará por el suelo para que tus estornudos sean la alarma contra los enemigos que acechen.
El elefante dudó unos instantes, pero pronto entendió que debía al menos probar suerte.
Los primeros días, fue algo complicado controlar los estornudos y muchos sobresaltos agitaron la noche pero después de eso, fue tal el ánimo y el afecto de sus copobladores que el elefante cumplió su tarea con gran eficacia y nunca más volvió a sentirse inútil, solo ni triste.
Siempre iba arrastrando la nariz y estornudando debido a la polvisca que levantaba en su arrastre por el suelo.
Cuando estornudaba, su trompa, se retraía hasta la frente y al soltar el aire, sacudía al elefente con tal fuerza que siempre acababa seis metros detrás de la manada.
Así nunca llegaba a tiempo para los cumpleaños, ni las fiestas en la charca, ni a la hora de la cena.
El resto de elefantes trataron de ayudarle en varias ocasiones atándole la trompa a la frente con lianas, enrollándola en su cabeza, haciéndole varios nudos(lo cual casi le deja sin vida al no poder respirar), incluso llegaron a proponerle la cirugía drástica y cortársela con la sierra dental del cocodrilo de la Charca de los flamencos amarillos...
No había cura para el pobre elefante, de hecho, hartos de aguantar su lenta marcha, acababan por proseguir el camino sin esperar verlo al final de la cola.
Llegó el día en el que por fin la manada desapareció en el horizonte ante sus ojos.
Con tan aparatosa trompa no podía alcanzarlos y eso que los elefantes, aunque caminan con paso gigante, avanzan con ténue ritmo.
Muy triste, el elefante decidió meterse en la selva esperando encontrar un animal más grande y fiero que él para que pusiera fin a su dolor.
Caminó durante días sin rumbo, se enganchó la trompa con diversos obstáculos, derribó cincuenta árboles centenarios y desenraizó una planta carnívora inmensa de un estornudo.
Al cabo de una semana, se encontrón con la Sabana arbolada del Milenario Baobab.
No muy lejos de su posición, escuchó las risas picaronas provinentes del Baobab Emboscado, un árbol tan grueso, grande y místico que albergaba una ciudad de monos, plantígrados, leones, hienas y animales perdidos.
Se adentró el elefante algo enojado pensando que se burlaban de su larga, larguísima trompa y se sorprendió antes de dar el primer grito de encontrar el más maravilloso ecosistema nunca visto.
Unos cuantos orangutanes se acercaron al elefante en silencio y lo observaron con detenimiento, el escarmentado mamífero agachó la mirada y las orejas y se dispuso a escuchar el discurso.
-¿Por qué estás tan triste?
El elefante expuso su problema y el orangután le dijo tiernamente:
-Aquí todos tienen un lugar, hace tiempo que necesitamos un guardián fuerte que posea una gran voz capaz de alertarnos en cuanto se acerque el peligro.
Tu vivirás entre nosotros, tu trompa en el día, permanecerá sujeta por un cabestrillo y por las noches, arrastrará por el suelo para que tus estornudos sean la alarma contra los enemigos que acechen.
El elefante dudó unos instantes, pero pronto entendió que debía al menos probar suerte.
Los primeros días, fue algo complicado controlar los estornudos y muchos sobresaltos agitaron la noche pero después de eso, fue tal el ánimo y el afecto de sus copobladores que el elefante cumplió su tarea con gran eficacia y nunca más volvió a sentirse inútil, solo ni triste.
viernes, 17 de septiembre de 2010
Pausando
Una pausa. Un cigarro. Un café.
Sacar al perro. Mirar por la ventana. Ver dos anuncios. "Uno rápido".
Hagamos una coma en el tiempo y dejemos que se convierta en punto, punto y seguido, punto y a parte.
Pongamos un espacio entre dos párrafos.
Dejemos que unos segundos se pierdan en la pausa.
Vamos a respirar para respirar, descansar sin dormir, tan sólo un momento, como quien mira obnubilado al mar en el octubre atardecer, dejándose llevar por el mecer de las olas y el sonido de sus besos en la arena.
Voy a poner sin quererlo una canción que acompañe ese break time, una que siempre me ayuda a frenar la agitación del día a día, de los problemas más humanos.
http://www.youtube.com/watch?v=D1LXIWkK1mk
Al final, nos tenemos que incorporar a los ruidos.
Aunque no debemos olvidar, que los niños, las risas, la música que nos mueve, la lluvia, las voces de una película y nosotros mismos, son el fondo de ese ruido.
La vida que continua tras una breve pausa.
Sacar al perro. Mirar por la ventana. Ver dos anuncios. "Uno rápido".
Hagamos una coma en el tiempo y dejemos que se convierta en punto, punto y seguido, punto y a parte.
Pongamos un espacio entre dos párrafos.
Dejemos que unos segundos se pierdan en la pausa.
Vamos a respirar para respirar, descansar sin dormir, tan sólo un momento, como quien mira obnubilado al mar en el octubre atardecer, dejándose llevar por el mecer de las olas y el sonido de sus besos en la arena.
Voy a poner sin quererlo una canción que acompañe ese break time, una que siempre me ayuda a frenar la agitación del día a día, de los problemas más humanos.
http://www.youtube.com/watch?v=D1LXIWkK1mk
Al final, nos tenemos que incorporar a los ruidos.
Aunque no debemos olvidar, que los niños, las risas, la música que nos mueve, la lluvia, las voces de una película y nosotros mismos, son el fondo de ese ruido.
La vida que continua tras una breve pausa.
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