La extraña Tia María vivía en el pie de una colina alejada de los pueblos y sus moradores. Sin embargo, siempre había algún observador cercano que después narraba historias cortas sobre sus tropiezos.
Como aquella vez que se le estropeó la cisterna del water y decidió salir a hacer sus necesidades junto a la higuera, como se había hecho toda la vida. Tuvo la mala suerte de elegir el peor día posible para esto, pues un tornado se acercaba desde las tierras del Norte a gran velocidad y mientras cagaba, se la llevó el viento.
Al día siguiente, todos se acercaban en procesión al árbol donde había terminado enganchada tras el paso del tornado. Todos querían comprobar el rumor que se extendía como la pólvora en sus calles, plazas y mercados.
Si, la pobre Tía María tenía esa suerte.
También la recuerdan por aquella vez que, siendo muy pequeña, trató de hacer con chocolate unos corazones para el día de SanValentín, pero le salieron tan mal que decidió convertirlos en simples bolas. Cogió las tres bolitas que había hecho esa tarde y le regaló una a cada uno de los chicos que más le gustaban del pueblo, una para Juan y otra para Pedro y no sabiendo qué hacer con la última, se la dejó a la figurita del niño Jesús que había en la Ermita Blanca.
Aquella misma tarde, descubrieron los muchachos con horror unas bolitas marrones en sus buzones y creyendo que eran defecaciones, corrieron a decírselo a sus madres, quienes fueron a la ermita en busca del cura para concretar un castigo contra la persona que hubiera osado tal cochinada.
Para más desgracia, vieron como María, dejaba la última de sus bolitas al lado del Niñito Jesús.
¡Mierda!
La tía María trató de explicarse, pero el cura le dijo que si no callaba, le obligarían a comerse las tres bolitas fuesen de la materia que fuesen.
Y así es como sus historias pasaron resumidas a modo de juego para que los niños estén callados y como se pueden escuchar hoy en día:
Este es el cuento de María Sarmiento, que fue a cagar y se la llevó el viento, cagó tres pelotitas, una para Juan; otra para Pedro y otra para el que hable primero...
y yo se la haré comer y puedo hablar porque tengo las llaves del Cielo.
Tal vez otro día os cuente como María Sarmiento, entró por la viña y salió por el huerto o como se puso unos zapatos para no pisar el suelo o que en vez ojos tenía espejos o que se durmió en verano y amaneció en febrero...
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