jueves, 2 de febrero de 2012

Un amor que se clava hasta la muerte

El vestido cogido con dulzura con la mano derecha para no tropezar, el paraguas en la izquierda tapando el sol.
La dama pasea tranquila a la sobra de los cipreses.
Un moño que guarda una trenza abrazada así misma sobre la nuca, cuatro dedos más abajo empieza el cuello boradado de la blusa blanca, enlazado al vestido rosado que ciñe su pecho y su cintura, luego el vuelo tieso de la falda cubriendo sus pies.
El sol aprieta sobre sus mejillas rojas, los ojos concentrados en las letras pétreas, repasando con cuidado nombres, fechas y apellidos, los labios titubean leyendo en silencio, una gota de sudor resbalando por la sien.
Entorna los ojos un segundo y mira al cielo azul... No hace tanto calor.
Se gira hacia la derecha, parece que aquel lugar le es familiar y empieza a apresurar el paso. Pero parece que a cada paso se aleja de su destino, acelera, corre, deja caer el paraguas para asirse la falda con ambas manos. Cae al suelo agotada.
Se le entrecorta el aliento, parece un sueño, una pesadilla.
Se sienta en el borde del camino a la sombra de un ciprés, mira al cielo con los ojos empañados de sudor y alguna lágrima que no quiere soltar. ¿Cuánto tiempo lleva ya buscando?
Las placas de piedra difuminan sus textos.
Durante el llanto, se queda dormida.
Una brisa fresca la despierta, hace frío.
Frente a ella un caballero, recoge el paraguas y se lo entrega.
El cielo se ha tornado violeta, el sol apenas llega a asomar en el horizonte del mundo.
El caballero no dice nada, la mira en silencio ante su perplejidad.
Le lanza una mano y le ayuda a levantarse, es cuando ella se da cuenta que su cara es ocultada por un sombrero de copa negro, una cinta roja a juego con los gemelos de su camisa y zapatos relucientes.
Caminan sin mediar palabra. El pelo de él asoma bajo el sombrero y un olor del pasado camina tras él cual cola de estrella fugaz.
La dama tuerce la cabeza, las cejas se fruncen curiosas y un nombre escapa sin querer entre sus labios, casi como un silbido.
El caballero frena en seco, diríase que se lee en su espalda una mueca pero sigue caminando.
Empieza a alejarse.
La dama le grita el alto nerviosa, parece que empieza a visionar flashes en su mente, le duele el pecho, se pregunta si recordar es bueno o es mejor estancar lo que empieza a sentir.
No se ha dado cuenta todavía pero han llegado al final del camino.
Un ángel de piedra les recibe, parece trsite, sonríe triste con la mirada clavada en el suelo, más bien, en el subsuelo.
Ella se arrodilla frente al ángel, no quiere reconocer la verdad que ya teme, no es capaz de seguir leyendo las letras de la lápida, así que decide encontrarse con los ojos de la estatua en busca de consuelo, pero carecen de expresión. Se da la vuelta buscando la cara del caballero. 
Entre la sorpresa y el terror vuelve a deslizar su nombre.
Bajo el ala del sombrero resbalan las lágrimas, su boca temblorosa la llama con la voz quebrada. 
Dos luceros brillan a la luz de luna, miran a la dama con un sentimiento pesado, amargo, un amor que se te clava en la púpila hasta la muerte, cayendo su propia persona frente a ella.
Dos manos acarician con dulzura las mejillas del niño que llora, seca con besos las lágrimas, llora ella también consciente de la verdad.
Su boca es besada por el aire de la noche.